domingo, 15 de abril de 2012

Háblame de ti, bella señora.

Y dime ¿Recuerdas esa vez que te molestaste conmigo? ¿O esa otra vez en que... también? La vez que yo no tuve la razón pero la quise tener y la vez que tu la tuviste; la vez que no tuviste la razón, pero si la tuviste porque yo no debía tenerla o la vez que ambos estábamos equivocados pero no quisimos verlo.
Esos años de vaivén de palabras y argumentos.
No me queda más que darte las gracias.
No me queda más que decirte que aunque no quiero que te preocupes porque me he convertido en el adulto que me hiciste, sigues preocupándote como si algo te hubiera salido mal conmigo y deseas arreglarlo. Créeme, nada te salió mal, en nada cometiste un error porque hoy aquí estoy, a veces en un bar bebiéndome el mundo al que me trajiste, a veces en mi pieza leyendo lis libros que el mundo hizo para instruirme, otras veces en escuelas, en fiestas, en reuniones siempre escribiendo, siempre soñando, siempre siendo yo, el yo que tu hiciste (y pudiste deshacer cuando fuera tu gana). Aquí siempre, sabiendo que en donde yo esté, estás tú en otro lugar pensando y preocupándote 24 horas al día y que a veces te levantas una hora más temprano para que sean 25 y preocuparte más por mi, no sabes cuánto te amo Mamá.
No lo sabes, porque nunca te lo he dicho y si he querido, suena poco creíble, porque después de años y años de ser yo, uno se acostumbra a ser tú. Sin embargo aquí sigo y seguiré, cometiendo errores para darte trabajo y ahí estarás rebatiéndome para darme una ocupación. No hay mujer con la que prefiera aconsejarme, hablar y discutir más que contigo, porque contigo aprendo y valgo más la pena.
Y te amo, cabe notar.

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